El detenido les advirtió: no me lleven, va a haber pedo.
No le hicieron caso. Igual se lo llevaron. Había sido detenido por las Bases Operativas Mixtas Urbanas (BOMU) número 5, en el municipio de Navolato. La falta consistió en haberse pasado un semáforo cuando estaba en rojo y conducir en estado de ebriedad. Una pequeñez.
Extrañamente, el teniente que estaba a cargo de la BOMU le ordenó a los de la Policía Estatal Preventiva que se llevaran al detenido —a quien según fuentes extraoficiales identifican solo con el apellido de Russel— a los separos de la Dirección de Seguridad Pública Municipal de Culiacán. Inusual porque son las BOMUS, con todo y militares, los que trasladan en caravana a los detenidos. Pero en esta ocasión no ocurrió así.
Mediodía. Miércoles. En la base de la Policía Municipal de Culiacán, ubicada por la calzada Aeropuerto, a pocos metros de la terminal aérea, estaba sin militares, que regularmente acuden a hacer cambio de guardia y a desayunar, y con la vigilancia habitual.
En sus interiores había agentes municipales y de la Estatal, entre ellos, los de la patrulla que había llevado al detenido por faltas al Bando de Policía y Buen Gobierno.
No es fácil ingresar a las instalaciones de la corporación. Si se hace en vehículo, como ocurre con reporteros y funcionarios, tienen que identificarse en el acceso principal y dejar ahí una credencial. Una vez que esto ocurre, la “pluma” que impide el acceso al estacionamiento es levantada para que las unidades ingresen. Pero a pie, el procedimiento es similar y se tiene que dejar una identificación y portar un gafete mientras se permanece en el interior.
Pero ellos no requirieron cumplir con estos requisitos, presentarse o esperar que el agente alzara la “pluma”. Irrumpieron y en lugar de la credencial mostraron los fusiles automáticos y los lanzagranadas. El oficial apretó los dientes. Abrió los ojos. Adelante.
Versiones del interior de la corporación aseguran haber visto en los patios del edificio alrededor de 20 desconocidos, todos ellos armados, haciendo alarde del poderío de sus armas y gritando al que se le pusiera enfrente.
De inmediato se dirigieron a la patrulla de la Policía Estatal Preventiva y se llevaron al detenido. Entraron a la oficina del secretario de Seguridad Pública, Felipe Renault Rentería, quien aparentemente no estaba, y ahí se toparon con un oficial de la PEP, al que increparon, a pesar de que supuestamente no tenía nada qué ver con la aprehensión. Uno de los jefes se la cercó, lo tomó por las pecheras y lo cacheteó.
“¡Pa’que vean que nosotros no andamos con mamadas!”, gritó. Y amenazó. El otrora detenido cacareó, festivo: “Les dije, les dije que iba a haber pedo, que se iba a armar desmadre, que me iban a rescatar, les dije”.
El director de la Policía, José Manuel Niño de Rivera, de formación militar, que se encontraba en su oficina, justo frente a la del secretario, ni se asomó. Él y sus seis policías que fungen como escoltas, permanecieron adentro.
Los trabajadores administrativos no se dieron cuenta. En las filas de la corporación, al principio hablaban a medias sobre este asalto al cuartel general de la corporación. Ahora, ellos y los agentes que lo atestiguaron guardan silencio. No sé nada, no vi, no quiero problemas. Y dan la media vuelta.
Ese miércoles, minutos después de que se fueron los supuestos homicidas, efectivos militares llegaron al inmueble y lo acordonaron. La operación fue repetida por soldados durante el jueves. Decenas de militares cuidando policías. Policías cuidándose mutuamente.
Versiones extraoficiales relacionaron lo sucedido el miércoles con el ataque a un agente de la PEP, identificado como José Melquiades Jaques González, cuya vivienda fue tiroteada a las 07.00 horas del viernes, en la colonia Colosio, de Aguaruto. El agente habría participado en la detención aquella.
Eso no les advirtió aquel detenido, que ahora anda libre después de salir de la corporación insistente y alegre: “Se los dije, les dije que iba a haber pedo, que iban a venir por mí”.
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