La casa donde vivía el capo colombiano Ever Villifañe Martínez era utilizada para grabar programas de televisión; entre ellos, la telenovela Rubí, que estelarizó Bárbara Mori.
La residencia, ubicada en Farallón 304, en la Colonia Jardines del Pedregal, también fue utilizada durante algún tiempo para organizar fiestas de música electrónica, lo que motivó incluso varias quejas vecinales.
Villifañe Martínez, quien en 2001 se escapó de un cárcel de máxima seguridad en Colombia, es señalado por la SSP de ser el enlace entre el cártel colombiano del Norte del Valle y los hermanos Beltrán Leyva, capos del Cártel de Juárez.
Este es el tercer inmueble vinculado con los hermanos Beltrán Leyva que tiene ligas con el mundo de la farándula.
Los dos anteriores son la Hacienda "El Zacatito", ubicada en la Colonia San Ángel, donde grabaron la telenovela "Cadenas de amargura", estelarizada por Daniela Castro, Diana Bracho y Raúl Araiza.
Otro está localizado en la Colonia Manuel Romero de Terreros, en Coyoacán, en donde figuró como fiador en el contrato de arrendamiento el actor Daniel Grauvy, quien ha participado en telenovelas como "Marimar", "María la del Barrio" y "Misión S.O.S.".
En ambas propiedades, cateadas el pasado 22 de enero, se detuvo a 11 presuntos sicarios del grupo denominado "FEDA" (Fuerza Especial de Arturo Beltrán Leyva) y se aseguró un arsenal en el que había 12 lanzagranadas y 20 rifles de asalto.
La residencia en Jardines del Pedregal, que ya fue asegurada por la PGR, es de tres niveles, cuenta con un amplio jardín que mezcla zonas verdes con roca volcánica, tiene una alberca en forma de ocho y una cancha de frontenis.
A la alberca, que tiene una minicascada, se puede acceder desde la terraza a través de un puente con los barandales de cristal. A un costado, está un jacuzzi de forma circular para varias personas.
Uno de los baños del interior del inmueble también tiene jacuzzi, con un amplio ventanal que da hacia el jardín.
En los baños todo es de mármol; mientras que en las habitaciones, los pasillos, los pisos y algunas de las paredes son de madera.
La residencia, que desde el miércoles está bajo resguardo de la Policía Federal, tiene una caseta de vigilancia y circuito cerrado de televisión. Además, cuenta con un cuarto de servicio.
El inmueble, de acuerdo con vecinos, perteneció originalmente a un ingeniero de apellido Velasco, quien vivió en ella durante varios años hasta que decidió mudarse a Guanajuato.
Primero, la rentó a través de una inmobiliaria, y después, decidió venderla. El comprador la remodeló y fue cuando empezó a utilizarse como locación para programas de televisión y fiestas.
Hasta 2006, una empresa denominada "Concepto W" era la encargada de administrar el inmueble y Julio César Mañueco, se presentaba como representante de la compañía.
El uso de la residencia motivó varias quejas vecinales.
Una de ellas ocurrió el 20 de junio de 2005, cuando un grupo de vecinos envío un escrito a la entonces delegada en Álvaro Obregón, Leticia Robles, para que no se permitiera darle al inmueble un permiso de uso distinto al habitacional.
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miércoles, 6 de agosto de 2008
miércoles, 23 de julio de 2008
Recrea novela inicios del narco mexicano
El narcotráfico y los asesinatos con alta carga ritual conviven con la exaltación de la ciencia, señaló el escritor Sergio González Rodríguez a propósito de su más reciente obra, El vuelo (Random House Mondadori), una novela sobre el tráfico de cocaína en la Ciudad de México de 1960 y lo cotidiano en medio de la violencia.
"Son situaciones sobre las que no hemos reflexionado: el énfasis que se hace del uso de la magia, de la violencia extrema, de la decapitación, del descuartizamiento. Los rituales que puede haber en los asesinatos sistemáticos de mujeres, son elementos ante los que cerramos los ojos y que están sucediendo justo ahora cuando hay una enorme exaltación y optimismo en torno de la ciencia".
En El Vuelo, González Rodríguez (Ciudad de México, 1950) aborda el deseo, la violencia, el misterio y la narcosis como una borrachera que priva de la memoria y causa adicción a lo que él llama "euforia circular". La historia transita entre lo extraordinario que proviene de la disminución de la conciencia o de la brujería, a las disputas de los proveedores y la codicia de las autoridades.
El protagonista se dedica a recoger la droga del mercado de San Juan, de Baja California, de Paso del Norte y, en tiempo de escasez, viaja a Panamá, de donde regresa con cocaína pero sin memoria de lo transcurrido. Más tarde recordará su historia y conocerá el miedo.
"El título tiene que ver con lo que implica consumir cocaína, un levantón, un vuelo, y en otro sentido es el vuelo que sufre el protagonista, que es un desplazamiento de la realidad inmediata hacia otra dimensión".
El autor ubicó la historia en 1960 para volverla imaginaria y también porque reconoce en esos años un cambio de época a nivel tecnológico.
"La novela trata de atisbar la realidad que ahora vivimos, de entender el fenómeno de la explotación, de la crueldad, de la narcosis a partir de sus inicios, es como el génesis de todo lo que hemos vivido en los últimos años en México y América Latina, el surgimiento de poderes que controlan este negocio vinculados a la política, el uso de la delincuencia como un arma; la discrecionalidad de las decisiones que afectan a todos", aseguró en finalista del Premio Anagrama de Ensayo.
"En el ámbito de la literatura sobre narcotráfico", sostuvo el autor, "hay un exceso de relatos muy anecdóticos, basados en el folclor, en el habla regional, en episodios tipo cómic centrados en la violencia del narcotráfico, en lo evidente.
"'El miedo. Debe de tener muchos rostros'", hace decir el autor a su protagonista: "'Y ninguno de ellos se ha mostrado a mí todavía'".
El apresuramiento de la información ha ocasionado un olvido de las causas, consideró el autor de Huesos en el desierto, un libro acerca de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez.
"No nos damos cuenta de la degradación que la sociedad mexicana ha vivido en estos años. Yo quiero llamar la atención porque me parece muy importante que observemos que no hemos mejorado ni en el control del crimen organizado ni en el control del delito común ni tampoco han mejorado nuestros cuerpos de seguridad; nuestro Estado de Derecho está más degradado que nunca y sin embargo seguimos simulando que vivimos en una democracia".
En su novela, el crítico literario también describe un ciudad cercana y ajena que desaparece: "Los antiguos templos, sus bóvedas y torres ornadas caían a golpe de maza y de sus ruinas polvorientas surgían decenas de edificios rectilíneos, avenidas, glorietas para beneplácito de los automovilistas. De pronto escaseó la cocaína que antes fluía de su procedencia misteriosa a las manos del muchacho".
Es una Ciudad de México que ya no existe, agregó Sergio González, una ciudad irreal.
"El lector podrá comprobar que a pesar de que hay indicios de que es una ciudad que nosotros conocemos, se trata de una ciudad absolutamente desconocida que ya no nos pertenece; lejano, distante, como un espejismo que brota de pronto en el pasado, y es justamente esta irrealidad donde la novela se mueve, donde está lo que nos aterra, porque la sentimos muy inmediata, hay algo hasta siniestro en imaginar cosas que son muy familiares pero que están distantes y sujetas a un drama que nos rebasa".
"Son situaciones sobre las que no hemos reflexionado: el énfasis que se hace del uso de la magia, de la violencia extrema, de la decapitación, del descuartizamiento. Los rituales que puede haber en los asesinatos sistemáticos de mujeres, son elementos ante los que cerramos los ojos y que están sucediendo justo ahora cuando hay una enorme exaltación y optimismo en torno de la ciencia".
En El Vuelo, González Rodríguez (Ciudad de México, 1950) aborda el deseo, la violencia, el misterio y la narcosis como una borrachera que priva de la memoria y causa adicción a lo que él llama "euforia circular". La historia transita entre lo extraordinario que proviene de la disminución de la conciencia o de la brujería, a las disputas de los proveedores y la codicia de las autoridades.
El protagonista se dedica a recoger la droga del mercado de San Juan, de Baja California, de Paso del Norte y, en tiempo de escasez, viaja a Panamá, de donde regresa con cocaína pero sin memoria de lo transcurrido. Más tarde recordará su historia y conocerá el miedo.
"El título tiene que ver con lo que implica consumir cocaína, un levantón, un vuelo, y en otro sentido es el vuelo que sufre el protagonista, que es un desplazamiento de la realidad inmediata hacia otra dimensión".
El autor ubicó la historia en 1960 para volverla imaginaria y también porque reconoce en esos años un cambio de época a nivel tecnológico.
"La novela trata de atisbar la realidad que ahora vivimos, de entender el fenómeno de la explotación, de la crueldad, de la narcosis a partir de sus inicios, es como el génesis de todo lo que hemos vivido en los últimos años en México y América Latina, el surgimiento de poderes que controlan este negocio vinculados a la política, el uso de la delincuencia como un arma; la discrecionalidad de las decisiones que afectan a todos", aseguró en finalista del Premio Anagrama de Ensayo.
"En el ámbito de la literatura sobre narcotráfico", sostuvo el autor, "hay un exceso de relatos muy anecdóticos, basados en el folclor, en el habla regional, en episodios tipo cómic centrados en la violencia del narcotráfico, en lo evidente.
"'El miedo. Debe de tener muchos rostros'", hace decir el autor a su protagonista: "'Y ninguno de ellos se ha mostrado a mí todavía'".
El apresuramiento de la información ha ocasionado un olvido de las causas, consideró el autor de Huesos en el desierto, un libro acerca de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez.
"No nos damos cuenta de la degradación que la sociedad mexicana ha vivido en estos años. Yo quiero llamar la atención porque me parece muy importante que observemos que no hemos mejorado ni en el control del crimen organizado ni en el control del delito común ni tampoco han mejorado nuestros cuerpos de seguridad; nuestro Estado de Derecho está más degradado que nunca y sin embargo seguimos simulando que vivimos en una democracia".
En su novela, el crítico literario también describe un ciudad cercana y ajena que desaparece: "Los antiguos templos, sus bóvedas y torres ornadas caían a golpe de maza y de sus ruinas polvorientas surgían decenas de edificios rectilíneos, avenidas, glorietas para beneplácito de los automovilistas. De pronto escaseó la cocaína que antes fluía de su procedencia misteriosa a las manos del muchacho".
Es una Ciudad de México que ya no existe, agregó Sergio González, una ciudad irreal.
"El lector podrá comprobar que a pesar de que hay indicios de que es una ciudad que nosotros conocemos, se trata de una ciudad absolutamente desconocida que ya no nos pertenece; lejano, distante, como un espejismo que brota de pronto en el pasado, y es justamente esta irrealidad donde la novela se mueve, donde está lo que nos aterra, porque la sentimos muy inmediata, hay algo hasta siniestro en imaginar cosas que son muy familiares pero que están distantes y sujetas a un drama que nos rebasa".
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